En 1917, el profesor Shinobu Ishihara de la Universidad de Tokio inventó una prueba para detectar el daltonismo. Esta consiste en un conjunto de placas circulares cubiertas de puntos de colores que forman símbolos visibles para la gente con visión promedio, e invisibles para los daltónicos.
Ishihara también creó placas inversas en las que los símbolos son visibles para los daltónicos e invisibles para los demás. Es decir, son placas que esconden información a simple vista. Para diseñar estas placas Ishihara se basó en nuestro instinto innato por dar sentido al caos creando patrones reconocibles.
Los puntos que cubren las placas inversas generan “confusión” visual por medio de variaciones sutiles de color. Ante la confusión, el cerebro simplifica activando un mecanismo que invisibiliza algunos de los colores y agrupa otros para darle sentido a la imagen. Según las diferencias de color que cada persona puede percibir, el cerebro resuelve ignorando lo que no le ayuda a ver lo que espera ver. Dicho de otra manera, debido a nuestra incapacidad de percibir o asimilar la totalidad del entorno, el cerebro se basa en experiencias previas para simplificar el mundo y así enfocarse en cierta información e ignorar el resto. Este mecanismo aplica para todos los sentidos, incluso el sentido de realidad. Es por eso que las limitaciones en la visión de una persona también pueden abrir perspectivas o ángulos que no son perceptibles para los demás.
Como daltónico, y basándome en el principio detrás de las placas inversas, para Punto ciego realicé 10 pinturas con una letra “escondida” en cada una. En su conjunto, las pinturas forman una frase que podrá o no ser vista dependiendo de la visión de cada persona.
Al señalar las limitaciones en la percepción visual, las obras de la exposición también aluden a nuestras limitaciones conceptuales y al papel que desempeña la ideología en la invisibilización de aspectos de la realidad que no podemos ver aunque los tengamos enfrente. Así, Punto ciego opera como una metáfora de la invisibilidad de aquello que no podemos percibir. Pero, sobre todo, plantea una crítica a la concepción moderna que ha creado la ilusión de que podemos tener un acceso total a la realidad y, por ende, un control total sobre el mundo y nuestro destino. Una concepción que, a su vez, ha dado como resultado una cultura antropocéntrica cuya hibris ha derivado en un mundo en crisis.